Se dejaba seducir por los vocablos pronunciados con una entonación suprema,
angelical, de otro mundo. No podía trepar y traspasar los muros de aquel
castillo de naipes en donde la ludopatía había arruinado su existencia. Las
tragaperras engullían los euros, uno tras otro, en un pozo que parecía no tener
fondo. El dinero se lo tragó aquella máquina de música que la llamaba por su
nombre, que la arrastraba a aplaudir si se decidía a tirarle un premio. Había perdido la partida de su vida y soñaba
todavía en que algún príncipe trepara por sus trenzas salvándola de aquel mar
amarillo, de metal, donde el valor material brillaba con furia. Se sentía una
urraca derrochadora de sus bienes.
Llevaba el pelo muy corto, casi afeitado, por
temor a que un amor del pasado se fijara en ella. Irreconocible a los demás,
invisible, excepto para el dueño de aquel bar. La Princesa Barbie, como la llamaban en su instituto, había saltado de
la torre cansada de esperar que aquel joven se decidiera por ella. Sin
paracaídas, caída libre, hacia la perdición autodestructiva de un poco de juego
que anhelaba. El amor dejó de serlo cuando se enamoró perdidamente de su
profesor.
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Qué bien lo has mostrado, qué bien plasmas en tan pocas palabras lo que supone adentrarse en un problema de tal magnitud por un descalabro sentimental o cualquier otro acontecimiento capaz de ponernos la vida patas arriba en un momento dado. Me ha gustado mucho, Helena!
ResponderEliminarUn beso!!
Es innato en ti, tienes ese poder de construir relatos con breves palabras, seduces al que te lee, te has convertido sin quererlo en mi escritora favorita, pues los quilates de tu escritura son de largo impactantes para mi...
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