miércoles, 13 de marzo de 2013

La sal de las heridas 18


Estoy en una sala sin ventanas, en la comisaría de la policía, lugar en donde nunca antes he estado y mi cabeza se ha parado del impacto. Otro hombre con los ojos grises y fríos me interroga:

—     ¿De qué conocía a Luz Casas Ribes?
—     Trabajé hace un tiempo con ella en la academia donde trabajo.
—     ¿Qué relación tenían?
—     Sólo trabajamos durante tres días. Más bien muy poca.
—     ¿Cuándo la vio por última vez?
—     El día en que se le acabó el contrato de modelo, hará unos dos o tres meses.
—     ¡Miente! –me dice el policía fríamente-.
—     Bueno, otro día la vi de lejos, delante de un bar.
—     ¿Qué bar?
—     La pequeña taberna.
—     Vuelve a mentir, señorita Mejías.
—     ¿Dónde estuvo ayer?
—     Estuve trabajando.
—     ¿Y después?
—     En un bar de la esquina donde trabajo, en el bar Oceanía, señor.
—     ¿Conoce al señor Ignacio Pino García?
—     Sí –digo con un hilo de voz-.
—     Dime, ¿qué relación tienen?
—     Es mi ex novio.
—     Y ayer, señorita Mejías, ¿con quién estuvo en el bar Oceanía?
—     Con Nacho… -me atraganto y toso-.
—     Querrá decir con el señor Ignacio. Y bien ¿qué relación tenían Ignacio Pino García con la señorita Luz Casas Ribes?
—     No lo sé –y mis ojos se han vuelto turbios-.
—     ¡No me lo creo, señorita Mejías! –grita el policía-¿A dónde fue después de estar en el bar Oceanía con el señor Ignacio Pino García?
—     No lo sé, no me acuerdo.
—     ¡Miente! –repite el policía con voz más grave-. ¿Le suena de algo esto?
Y saca de un cajón envuelta dentro una bolsa de plástico mi cartera.
—     ¿Sabe dónde la hemos encontrado?
Me paralizo, no hace falta que me lo diga, la cartera me debió caer en la playa.
—     Necesito un abogado –digo con mi voz quebradiza-.

Me han llevado a otra sala donde hay un teléfono porque tengo derecho a hacer una llamada. Otro policía me vigila y marco los números de mi amiga Sandra con mis dedos que están bastante sudados. Sandra contesta al segundo tono y al oír su voz me emociono:
—     Sandra, escúchame, tengo poco tiempo. Me han detenido.
—     ¿Qué? –dice mi amiga con varias exclamaciones que resuenan en mis oídos.
—     Han encontrado muerta a Luz y me he metido en un buen lío. Llama a Jesús, necesito un abogado, que venga rápido.
—     Sí, tranquila, ahora mismo lo llamo.
—     Cuida de Ghato –y mi voz es tan frágil que casi no se me escucha-.
—     Saldremos de esta, Elisa –oigo que dice mi amiga-.
El policía se me acerca y me apresuro para decirle a Sandra.
—     Tengo que colgar, Sandra, yo no he hecho nada.

Me llevan a una celda y las horas que paso en espera se cubren de niebla espesa y gris. Mis lagunas de memoria no me ayudan demasiado,  noto que nuevamente me está subiendo la fiebre y tirito de frío.  Estoy bastante mareada, la cabeza me da vueltas y veo como todo se mueve a mi alrededor. Me tumbo en la cama que hay y veo el techo que está pintado de un azul sombrío, cierro los ojos pero no puedo dormirme. Me siento atrapada en un callejón sin salida largo, tortuoso y oscuro, ordeno mis ideas de ayer por la tarde. No puede ser que esto me esté pasando a mí, se trata de una pesadilla por la fiebre que tengo. Pero la celda es tan real con sus barrotes de hierro y su frialdad que no puede haber salido de mi imaginación. Aunque no me acuerde de nada, sé que yo no maté a Luz, eres incapaz de matar una mosca, Elisa, me digo, pero tengo que intentar que la policía me crea y de momento no lo parece. En la televisión, lo poco que he visto, han dicho que la policía investigaría el entorno de la víctima, ¿formaba yo parte de él si casi no la conocía? Una vocecilla interna me dice, sí, formabas parte de él de manera indirecta, Elisa. Tenías celos de ella por haberte quitado tu futuro con Nacho. Claro que los había sentido, es humano sentirlos, pero no ahora que justo estaba empezando mi relación con Luís. Le ordeno a mi vocecilla interior que se calle y que deje de darme la lata. No sé porqué les he dicho que no sabía la relación que tenía Nacho y Luz hace un momento, la policía creerá que les estoy ocultando algo pero es que sinceramente tampoco sé a ciencia cierta qué relación tenían. ¿Eran novios?, ¿Sólo se acostaban?, ¿Amigos con derecho a roce? Pienso que Nacho posiblemente también esté detenido, si es verdad que Luz le había estafado como me contó ayer tiene un móvil mucho más consistente que el mío. Luz, incluso muerta, se ha vuelto a cruzar en nuestras vidas para separarnos...
A la mañana siguiente me entran un poco de desayuno que como con pocas ganas, el nudo está tan apretado alrededor de mi garganta que casi no puedo tragar. Los cinco dedos que todavía tengo presionando mi corazón aceleran mis latidos que siento dispersos por todo el cuerpo. Me vuelven a hacer entrar en la sala donde ayer me interrogaron, es  viernes, día siete de diciembre. Jesús ha llegado, lleva un traje marrón con una camisa de algodón bastante arrugada. Su calva brilla con la luz de la sala y tiene los ojos cansados, nos dejan un momento a solas cosa que hace que la presión que siento en este mismo instante se relaje una milésima parte. Jesús se sienta a mi lado y al verlo me entran ganas de llorar y se me escapan las lágrimas que ruedan por mis mejillas.
—     Elisa, ¿qué ha pasado?
—     Jesús, siento que hayas tenido que volver del pueblo por mi culpa –le digo con pena-.
—     No pienses en eso, anda. Dime lo que estuviste haciendo el miércoles cuando saliste del trabajo.
—     Es que… Jesús, volví a beber, no me acuerdo ni de la mitad –le digo entre lágrimas-.
La preocupación ha invadido la mirada de Jesús y eso hace que mis lágrimas se aceleren. Soy consciente que me he metido en un buen lío. Lo veo reflexionar, rascándose la barbilla con su mano blanda y al fin me acaba diciendo.
—     Dime hasta donde recuerdas, Elisa. Tienes que ser sincera, yo no te voy a juzgar.
No tengo más remedio que volver a hablar de Nacho, de lo que me dijo, de lo que me pidió en aquel bar en donde mis sentimientos acabaron por desbocarse hacia la playa.
—     Pero yo no recuerdo nada de la playa, Jesús. Sólo sé que estuve porque al día siguiente estaba llena de arena.
—     ¿Dónde te despertaste? –me pregunta-.
—     En mi cuarto, estaba sola, no recuerdo a qué hora llegué. Me desperté pasadas las doce del mediodía.
—     ¿No recuerdas si te vio alguien de camino de la playa hasta tu casa?
Niego con la cabeza lentamente. Jesús vuelve a rascarse la barbilla pensativo, qué daría por acordarme de todo en este preciso instante, que la espesa niebla se evaporara y mis recuerdos se impregnaran de luz. Pero esto no va a pasar, me digo, y otra vez mi vocecilla interior que hace rato que no habla vuelve para decirme: Estás condenada, Elisa, ni Jesús ni nadie podrán sacarte de aquí…

Continuará…


No hay comentarios:

Publicar un comentario