Estoy en una
sala sin ventanas, en la comisaría de la policía, lugar en donde nunca antes he
estado y mi cabeza se ha parado del impacto. Otro hombre con los ojos grises y
fríos me interroga:
— ¿De
qué conocía a Luz Casas Ribes?
— Trabajé
hace un tiempo con ella en la academia donde trabajo.
— ¿Qué
relación tenían?
— Sólo
trabajamos durante tres días. Más bien muy poca.
— ¿Cuándo
la vio por última vez?
— El
día en que se le acabó el contrato de modelo, hará unos dos o tres meses.
— ¡Miente!
–me dice el policía fríamente-.
— Bueno,
otro día la vi de lejos, delante de un bar.
— ¿Qué
bar?
— La
pequeña taberna.
— Vuelve
a mentir, señorita Mejías.
— ¿Dónde
estuvo ayer?
— Estuve
trabajando.
— ¿Y
después?
— En
un bar de la esquina donde trabajo, en el bar Oceanía, señor.
— ¿Conoce
al señor Ignacio Pino García?
— Sí
–digo con un hilo de voz-.
— Dime,
¿qué relación tienen?
— Es
mi ex novio.
— Y
ayer, señorita Mejías, ¿con quién estuvo en el bar Oceanía?
— Con
Nacho… -me atraganto y toso-.
— Querrá
decir con el señor Ignacio. Y bien ¿qué relación tenían Ignacio Pino García con
la señorita Luz Casas Ribes?
— No
lo sé –y mis ojos se han vuelto turbios-.
— ¡No
me lo creo, señorita Mejías! –grita el policía-¿A dónde fue después de estar en
el bar Oceanía con el señor Ignacio Pino García?
— No
lo sé, no me acuerdo.
— ¡Miente!
–repite el policía con voz más grave-. ¿Le suena de algo esto?
Y saca de un
cajón envuelta dentro una bolsa de plástico mi cartera.
— ¿Sabe
dónde la hemos encontrado?
Me paralizo,
no hace falta que me lo diga, la cartera me debió caer en la playa.
— Necesito
un abogado –digo con mi voz quebradiza-.
Me han llevado a otra sala donde
hay un teléfono porque tengo derecho a hacer una llamada. Otro policía me
vigila y marco los números de mi amiga Sandra con mis dedos que están bastante
sudados. Sandra contesta al segundo tono y al oír su voz me emociono:
— Sandra,
escúchame, tengo poco tiempo. Me han detenido.
— ¿Qué?
–dice mi amiga con varias exclamaciones que resuenan en mis oídos.
— Han
encontrado muerta a Luz y me he metido en un buen lío. Llama a Jesús, necesito
un abogado, que venga rápido.
— Sí,
tranquila, ahora mismo lo llamo.
— Cuida
de Ghato –y mi voz es tan frágil que casi no se me escucha-.
— Saldremos
de esta, Elisa –oigo que dice mi amiga-.
El policía se me acerca y me
apresuro para decirle a Sandra.
— Tengo
que colgar, Sandra, yo no he hecho nada.
Me llevan a una celda y las horas
que paso en espera se cubren de niebla espesa y gris. Mis lagunas de memoria no
me ayudan demasiado, noto que nuevamente
me está subiendo la fiebre y tirito de frío.
Estoy bastante mareada, la cabeza me da vueltas y veo como todo se mueve
a mi alrededor. Me tumbo en la cama que hay y veo el techo que está pintado de
un azul sombrío, cierro los ojos pero no puedo dormirme. Me siento atrapada en
un callejón sin salida largo, tortuoso y oscuro, ordeno mis ideas de ayer por
la tarde. No puede ser que esto me esté pasando a mí, se trata de una pesadilla
por la fiebre que tengo. Pero la celda es tan real con sus barrotes de hierro y
su frialdad que no puede haber salido de mi imaginación. Aunque no me acuerde
de nada, sé que yo no maté a Luz, eres incapaz de matar una mosca, Elisa, me
digo, pero tengo que intentar que la policía me crea y de momento no lo parece.
En la televisión, lo poco que he visto, han dicho que la policía investigaría
el entorno de la víctima, ¿formaba yo parte de él si casi no la conocía? Una
vocecilla interna me dice, sí, formabas parte de él de manera indirecta, Elisa.
Tenías celos de ella por haberte quitado tu futuro con Nacho. Claro que los
había sentido, es humano sentirlos, pero no ahora que justo estaba empezando mi
relación con Luís. Le ordeno a mi vocecilla interior que se calle y que deje de
darme la lata. No sé porqué les he dicho que no sabía la relación que tenía
Nacho y Luz hace un momento, la policía creerá que les estoy ocultando algo
pero es que sinceramente tampoco sé a ciencia cierta qué relación tenían. ¿Eran
novios?, ¿Sólo se acostaban?, ¿Amigos con derecho a roce? Pienso que Nacho
posiblemente también esté detenido, si es verdad que Luz le había estafado como
me contó ayer tiene un móvil mucho más consistente que el mío. Luz, incluso
muerta, se ha vuelto a cruzar en nuestras vidas para separarnos...
A la mañana siguiente me entran
un poco de desayuno que como con pocas ganas, el nudo está tan apretado
alrededor de mi garganta que casi no puedo tragar. Los cinco dedos que todavía
tengo presionando mi corazón aceleran mis latidos que siento dispersos por todo
el cuerpo. Me vuelven a hacer entrar en la sala donde ayer me interrogaron,
es viernes, día siete de diciembre.
Jesús ha llegado, lleva un traje marrón con una camisa de algodón bastante
arrugada. Su calva brilla con la luz de la sala y tiene los ojos cansados, nos
dejan un momento a solas cosa que hace que la presión que siento en este mismo
instante se relaje una milésima parte. Jesús se sienta a mi lado y al verlo me
entran ganas de llorar y se me escapan las lágrimas que ruedan por mis
mejillas.
— Elisa,
¿qué ha pasado?
— Jesús,
siento que hayas tenido que volver del pueblo por mi culpa –le digo con pena-.
— No
pienses en eso, anda. Dime lo que estuviste haciendo el miércoles cuando
saliste del trabajo.
— Es
que… Jesús, volví a beber, no me acuerdo ni de la mitad –le digo entre
lágrimas-.
La preocupación ha invadido la
mirada de Jesús y eso hace que mis lágrimas se aceleren. Soy consciente que me
he metido en un buen lío. Lo veo reflexionar, rascándose la barbilla con su
mano blanda y al fin me acaba diciendo.
— Dime
hasta donde recuerdas, Elisa. Tienes que ser sincera, yo no te voy a juzgar.
No tengo más
remedio que volver a hablar de Nacho, de lo que me dijo, de lo que me pidió en
aquel bar en donde mis sentimientos acabaron por desbocarse hacia la playa.
— Pero
yo no recuerdo nada de la playa, Jesús. Sólo sé que estuve porque al día
siguiente estaba llena de arena.
— ¿Dónde
te despertaste? –me pregunta-.
— En
mi cuarto, estaba sola, no recuerdo a qué hora llegué. Me desperté pasadas las
doce del mediodía.
— ¿No
recuerdas si te vio alguien de camino de la playa hasta tu casa?
Niego con la
cabeza lentamente. Jesús vuelve a rascarse la barbilla pensativo, qué daría por
acordarme de todo en este preciso instante, que la espesa niebla se evaporara y
mis recuerdos se impregnaran de luz. Pero esto no va a pasar, me digo, y otra
vez mi vocecilla interior que hace rato que no habla vuelve para decirme: Estás
condenada, Elisa, ni Jesús ni nadie podrán sacarte de aquí…
Continuará…
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