A las cinco de la tarde, puntual
como un reloj, Luis llama a la puerta. Me saluda dándome dos besos en las
mejillas que rebosan de felicidad. No sé por qué pero vuelvo a sentir el
palpitar de las ilusiones alcanzables que puedo tocar si estiro un poquito la
puntita de los dedos. Digo adiós a Sandra y
sé que en esta mirada que me dedica me está diciendo que vaya con
cuidado. Me siento feliz pero a la vez algo insegura, hace tanto tiempo que no
tengo una cita que no sé cómo comportarme y al fin decido ser yo misma, sin
disfraces que enmascaren mi personalidad. La terraza se encuentra en medio de
un parque, los ocres y los marrones han empezado a cubrirlo de hojas caídas de
unos grandes árboles. La luz del sol se filtra a través de ellos que ahora
están semidesnudos y nos sentamos en dos sillas de mimbre que son bastante
cómodas. Pedimos dos cafés, el de Luís solo y el mío con un poquito de leche
condensada. La camarera no tarda en traerlos, ambos humeantes y me espero
mientras remuevo el mío a que se enfríe un poco. Mientras miro a Luís a los
ojos, pienso en lo poquito que sé de él
y lo mucho que me gustaría saber. Es cinco años más joven que yo, pero la vida
lo ha hecho madurar de golpe. Su madre, la única persona que tenía en su vida,
enfermó gravemente y la tuvo que cuidar durante largo tiempo hasta que al final
acabó muriéndose en la cama de un hospital. Al verse solo y completamente
desorientado encontró en el alcohol una salvación ficticia. Pero al final
decidió por él mismo poner punto y final a su problema.
— Estás
muy callada, Elisa –me dice-.
Y reconozco que tiene razón ya
que apenas he pronunciado palabras desde que nos hemos visto. Pero le respondo:
— Tu
también.
— Es
que admiro tus silencios y me concentro en tu respirar-.
No puedo evitar sonreír, este
chico está loco de atar pero me está gustando. Le doy un sorbo al café y su
sabor dulce y amargo me llena.
— Luís,
hace tanto tiempo que no disfrutaba de un buen café en buena compañía.
Y él empieza a mirar a ambos
lados, a su alrededor, y me dice:
— Pues
yo no veo a nadie, no sé quién es la buena compañía.
— Tú
–le digo directamente-.
Puedo apreciar como sus mejillas
se sonrojan débilmente, una tonalidad rojiza que va ganando color en pocos
segundos.
— ¿Nos
lo pasamos bien anoche, no? –carraspea Luís y cambia de tema-.
— Sí,
¡claro que sí! –miento a medias-.
Ayer me doy
cuenta que sólo disfruté durante el descanso del futbolín, cuando él me dio
aquel beso inesperado, todo lo que pasó antes de que él apareciera con su
sonrisa lo caracterizaría como doloroso y accidental.
— ¿Podríamos
repetir otro día, no? ¡La casa de Toni es una pasada! Y eso que no te habrá
enseñado todos los videojuegos que tiene. ¡Molan mazo! De vez en cuando quedo
con él y hacemos campeonatos. ¿Te animarías a venir?
— Si
Toni no tiene inconveniente…
— ¡Qué
va a tener Toni! Si él sólo quiere estar acompañado, como más seamos mejor, así
no se siente tan solo, como yo –añade-.
— Y
yo –le digo-.
Porque me doy
cuenta de lo peligrosa que es la soledad cuando no se quiere estar solo, si
Sandra no hubiera aparecido en aquel preciso instante posiblemente no lo
hubiera contado. Y sé que gracias a ella, y a su marido, ahora puedo estar
enfrente de Luís, porque ellos me rescataron de mi desierto de carencias.
— ¿Tú
también te sientes sola? –me pregunta-.
— Bueno,
ya no, ahora no. Pero sé lo que es eso y no es agradable la verdad.
— Qué
va a ser agradable si es lo peor que le puede pasar a uno. Menos mal que con la
compañía, la buena, se soluciona. Porque sino más vale estar solo que mal
acompañado, ¿no dice así el dicho?
— Sabias
palabras –observo-.
Nos hemos
terminado ya el café, han pasado más de dos horas, las farolas ya hace rato que
se han encendido y empieza a refrescar.
— ¿Quieres
venir a mi piso? –me propone Luís-. Podemos ver una película si te apetece
Nos levantamos de las sillas y
vamos andando al piso de Luís porque cae bastante cerca. Vive a tan sólo tres
manzanas del piso de Sandra. El piso es minúsculo y bastante minimalista en los
muebles que lo componen, poco me dicen de sus gustos personales si no fuera por
un ordenador muy llamativo que tiene en el salón y muchos cedés apilados que
hay en la mesita. También me fijo en la televisión de bastantes pulgadas
acompañada por un home cinema. Las
paredes están desnudas, sin cuadros, ni posters.
— Acabo
de pintar hace poco, huele todavía a pintura y eso que no paro de ventilar
–dice Luís mientras cierra la ventana y baja la persiana porque se cuela
bastante fresquita-.
— Ven,
-continua-y elegirás la película que quieres ver.
Abre un mueble repleto de dvds
originales en donde hay infinidad de títulos que recorro con la vista.
— Yo
ya las he visto todas. Las compro en el videoclub cuando ya han pasado y las
venden a buen precio. Hay de todos los géneros, no sé cuál te puede gustar más.
Elijo una al azar, la mayoría no
las he visto, hace tanto tiempo que no veo películas que no me acuerdo ni de la
última vez que vi una. Luís se va directo a la cocina, saca un paquete de
palomitas y las prepara en el microondas.
— Así
que eres de comedias románticas –me dice sonriendo-. No es de las mejores que
tengo pero entretiene bastante.
— Es
que hoy me apetece ver algo previsible –me excuso-. De dramas ya hay bastantes
en la vida ¿no crees? Y las de terror no me van mucho.
— Pues
está es bastante previsible, la típica vamos, chico conoce a chica… Pero no te
digo nada más –se pone un dedo en la punta de los labios a modo de silencio,
pone el dvd y enciende la televisión.
Nos sentamos en
el sofá de color tierra y Luís lo estira para que estemos más cómodos. Mi risa
se escapa ya en la primera escena mientras como palomitas y me siento muy a
gusto en este piso y con Luís. La película avanza bastante rápido y de pronto
un final feliz nada sorprendente me deja un buen gusto de boca.
Los créditos
aparecen en la pantalla, Luís me coge las manos y me besa, un beso tímido y
bastante breve pero mi boca se ha endulzado un poquito más. No sé si irme ya y
se lo hago saber porque ya es hora de cenar pero él me mira con ojos
insistentes mientras me dice.
— Quédate
a cenar, que hoy es sábado y mañana no trabajamos.
Y me da otro
beso más largo, con una pizca de humedad que me embriaga. Pensándolo bien no
tengo ganas de irme ahora que todo está empezando. Llamo a Sandra y se lo digo,
además también quiero dejarle un poco de intimidad a mi amiga con Jaime que
desde que yo estoy allí más bien tiene poca. Luis calienta un quiche de
verduras en el horno, nos sentamos en el comedor y empezamos a cenar.
— Mi
madre los hacía mucho mejores –me dice-. Desde que ella ya no está, ahora
recurro casi siempre a la comida prefabricada.
— A
mí me gusta cocinar –le digo-.
— Es
que yo tengo poco tiempo, la verdad. Estoy casi todo el día trabajando y cuando
llego a casa lo que menos me apetece es ponerme en la cocina. Voy a lo cómodo,
después de pasarme largas horas solucionando los problemas que tienen los
clientes con su ordenador me siento saturado.
— Mi
trabajo es más relajado, hace tiempo que no pinto y lo echo de menos, por eso
cocino porque es una forma de expresar mi creatividad.
Hablando con
Luis me entran ganas de volver a tener un pincel entre mis dedos.
— ¿Y
por qué no pintas?
— Es
una larga historia, el último cuadro que pinté lo acabé tirando a la basura.
— Tenemos
tiempo –me dice-. Me lo puedes explicar, vamos, si quieres…
La camiseta
azul que lleva hoy Luís se contrapone a mi cuadro rojo que acabé rompiendo. Me
acuerdo de la frustración y de la rabia acumulada que acabé sintiendo. Después
de aquello mi inspiración se detuvo, estancándose en mi cabeza, ahora inexplicablemente
ha vuelto a surgir, la puedo sentir palpitando entre mis venas transportando
ideas a mi cerebro.
— ¿Sabes
lo que es una lluvia de ideas? –le pregunto-.
— Algo
he oído de eso pero nunca lo he sentido –me dice Luís-. Yo no tengo lluvias de
esas, ¿tú sí?
— Bastantes
tenía, sí, hasta que se pararon.
— ¿Y
por qué se pararon? –quiere saber Luís-.
Cuando te
rompes por dentro, cuando sientes que todo se detiene, cuando te olvidas hasta
de tu nombre, la inspiración se muere y de rebote tú también un poquito por la
falta de ella. Pero esto no se lo puedo contar a Luís porque le tendría que
hablar de Nacho y de Luz y no quiero estropearme la velada. Me levanto de la
silla porque ya me he acabado el quiche, recojo el plato y lo llevo a la
cocina. Luís me sigue.
— ¿Quieres
algo de postre? –me ofrece-.
— A
ti –le digo girándome y mirándole detenidamente-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario