Mi primera novela online
El alcohol que
todo lo resta mientras sumas tragos en tu cuerpo, te va quitando pedacitos de
ti hasta que ya no queda nada de lo que fuiste. A mí me ha restado la
autoestima, la confianza, el valor, la voluntad, el trabajo. A Rebeca mucho
más, sus dos pequeños diamantes: sus hijos. En un momento de debilidad que
todos sufrimos había ido al supermercado a comprar una botella de vodka,
dejándose a los dos niños dentro del coche en el aparcamiento con tan mala
suerte que durante el poco tiempo que tardó alguien avisó a la policía. No, no
la estoy justificando simplemente que la comprendo porque todos podemos tener
malos días y cometer errores, a ella le ha costado la custodia que ha pasado
automáticamente al padre, un hombre egocéntrico y prepotente que se ha
encargado durante años de maltratar a su mujer psicológicamente. Rebeca bebía
por soportar sus caradas, sus insultos, sus burlas mientras el alcohol la auto
convencía de que no todo lo hacía mal como le hacía creer su marido. Su marido
nunca le puso una mano encima, eran otros tipos de golpes, invisibles, que no
hacía falta disimular con maquillaje con los que era golpeada día tras día. Hoy
la terapia se alarga un poquito más que de costumbre, Rebeca está tan hundida,
su espeso pelo negro está húmedo por sus llantos porque le caen mechones
rizados sobre sus mejillas. Lágrimas que surgen de las consecuencias de nuestra
enfermedad, cuando realmente te das cuenta de lo que has hecho pero ya no hay
marcha atrás. Lo más curioso es que la botella de vodka no se la llegó a beber,
le resbaló de las manos al ver cómo acudía la policía a llevarse a sus hijos y
se estampó contra el suelo partiéndose en mil pedazos mientras su alma se
dividía en muchos más. Todos los presentes sentimos ganas de abrazarla para
reparar lo irreparable y así lo hacemos, nos fundimos en un cálido abrazo para
darle fuerza para continuar porque Rebe ahora esta andando sobre la cuerda
floja y en cualquier momento se puede caer.
A la salida me
espera Sandra, subimos al coche y durante el trayecto le voy contando la mala
suerte que ha tenido Rebe.
— El
impulso de beber que es tan fuerte cuando te surge que te quita el poder pensar
con claridad, esto es lo que le pasó a Rebe. Ella siempre se ha dedicado en
cuerpo y alma a sus hijos, siempre les ha dado una buena educación. Joder,
Sandra, estaba rehabilitada completamente, llevaba siete años sin probar el
alcohol, no sé que le llevó a comprar este maldito vodka.
Sandra no dice nada y deja que me
exprese, palabras que llevo en mi mente, reflexiones que digo en voz alta. La
voluntad es frágil como el mosto porque una vez fermenta y se convierte en vino
estás perdida. En una pizca de pocos instantes tus ánimos pueden alterarse de
tal manera que acabas haciendo justo lo contrario de lo que quieres hacer.
— Esto
significa que nunca me voy a curar porque lo nuestro es incurable. Viviré
siempre con esto, puedo estar mejor, puedo estar peor, pero cuando el impulso
surge y no lo puedes controlar te arrastra y te va restando. Sandra, soy una
alcohólica empedernida.
— No
digas esto, anda –me dice mi amiga y frena el coche pues ya hemos llegado-.
Bajo del Golf,
subimos al piso y abrazo fuertemente a
Ghato que no entiende de enfermedades crónicas. Sus ojos verde oscuros brillan
y me hacen sonreír, llevo dos días sin beber y mi estómago me reclama comida.
— ¿Sabes
qué me comería ahora? Una tortilla de patatas. Esta noche cocino yo.
Me voy directa
a la cocina a preparar los ingredientes, pelo las patatas y las voy cortando a
pedacitos cuidadosamente y de una manera fina. Las frío un poquitín con un par
de ajos a fuego lento. Bato media docena de huevos mientras Sandra vigila la
sartén y añade la cebolla que ha cortado previamente. Escurro las patatas y lo
mezclo con los huevos batidos, le añado sal y me dispongo a cuajar la tortilla
a fuego bajo.
— Riquísima
–dice Jaime al probarla-. ¡Qué buena cocinera estás hecha!
Y sus palabras
me alegran el día. Esta vez no dejo nada en el plato, la verdad es que Jaime
tiene razón, me ha quedado una tortilla muy buena. Ghato ha cenado antes que
nosotros, yo misma me he preocupado de ponerle su plato de comida y ahora,
mientras nosotros estamos en los postres, él está lamiendo su tradicional tazón
de leche. Cuando acabamos de cenar, me voy un momento al lavabo y oigo desde
donde estoy como Sandra lamenta que todavía no la hayan llamado de ningún sitio
para trabajar y esto que ha enviado varios currículos.
— La
situación está muy difícil –la consuela Jaime-.
— Sí,
pero no me voy a quedar de brazos cruzados mientras nos llegan las facturas que
no vamos a poder pagar.
— Tenemos
mi sueldo, Sandra, podemos ir tirando de momento y seguro que te sale algo
mientras tanto.
— Sí,
tenemos tu sueldo, pero está bastante recortado, ¿no crees? Cuando compramos el
piso, lo hicimos conforme al sueldo que entonces cobrábamos y ahora tenemos un
montón de pagos y muy pocos ingresos.
— ¿Y
qué quieres hacer?
— He
pensado en irme al extranjero, no sé, la situación allí puede que esté algo
mejor.
— ¿Irte?
¿Tú sola? ¿Sin mí?
— Sería
algo temporal.
— ¿Ha
sido Elisa que te ha llenado la cabeza de estupideces?
Al oír mi nombre pronunciado de
esta manera tan despectiva se me eriza la piel. Me quedo paralizada dentro del
lavabo y pienso, la idea de que Sandra se pueda ir y me quede sola sin ninguna
ayuda me da pánico. ¿Por qué ella no me ha dicho nada de esto antes? Claro,
cómo me lo va a decir si eres una alcohólica, Elisa, me digo, una enferma que
casi no se tiende en pie. Y una serie de pensamientos negativos se enredan en
mi mente y empiezo a sentir palpitaciones. La luz del lavabo se está apagando
por momentos, es mi vista, que aunque tenga los abiertos sólo veo negro. Un
grito sale de mi garganta, oigo pasos, alguien se acerca.
— ¿Elisa?
¿Estás bien? ¿Elisa? –Sandra llama a la puerta-.
No puedo contestar, noto como
Sandra me sacude.
— Jaime,
de prisa, Elisa se ha desmayado-.
Y poco a poco
mis oídos dejan de oír y todo se convierte en denso silencio.
Continuará…
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