Mi primera novela online
Mis pasos cansados me han llevado
al bar de la inocencia perdida. En la barra, clavado en el bar, está Nacho
bebiendo un whisky con hielo acompañado por una joven. Lo he visto y me ha
mirado pero no creo en ningún Dios. Su carita de niño agitanada tostada por el
sol del Mediterráneo descubría sus dientes blancos en esa sonrisa inicial que
me ha dedicado despegando sus labios morados a causa del hielo.
Supongo que se habrá dado cuenta
que su cara contrastaba con la mía; pálida, cansada, con grandes pinceladas
amoratadas debajo de mis espejos del alma. Me ha dado dos besos en sendas
mejillas y me he sentido espiada por esta mujer que controla cada uno de mis
movimientos. Ella reposa en un taburete rojo con un vaso medio vacío de licor, con la cara
perfectamente maquillada no sea el caso que se le vea en algún lugar recóndito
de su piel su palidez característica. Con los ojos rociados con abundante pintura,
las cejas perfectamente depiladas y un lunar en la parte superior de su ojo izquierdo
me observa intentando disimular.
Nacho rompe estas miradas
presentándomela con delicadeza. Se llama Luz y yo por lo bajo murmuro “De mi
vida”. Nacho me oye y me ríe la ocurrencia que ella no entiende por no haberlo
escuchado a su debido tiempo. Acto seguido le suena su móvil y se aleja de
nosotros cosa que agradezco no sé por qué. Ahora, por fin solos los dos, mis dudas se
aceleran en este momento, ¿qué busco en la inmensidad de este bar?, ¿a dónde me
llevaran mis próximos pasos?
Nacho irrumpe mis pensamientos
pidiéndome un Martini blanco pero yo le miro fijamente y le digo que ya no
bebo, que lo he dejado.
— Y
tú tampoco deberías beber si luego has de coger el coche –añado-.
Nacho sorprendido hace una mueca
y sé que no soporta que le dé lecciones. Si no llegara a ser yo, me diría que de madre ya tiene una y más que
suficiente. Luz vuelve a aparecer con su
vestido brillante que deslumbra de tanta purpurina que lleva, ha aprovechado el
respiro para pintarse los labios de nuevo en el tocador. Sé que sobro. Lo noto
en sus ojos aniñados y acaramelados que están deseando encontrarse para dar
paso a la danza de los cuerpos. Apuro mi agua con gas, les devuelvo los cuatro
besos a Nacho y a su sirenita de compañía y me fundo en las calles de mi
ciudad.
En la calle se derrama un mar de
lágrimas al fundirse mi máscara porque ya no es Carnaval, porque alguien ha
dado el cambiazo definitivo a este examen puramente femenino. He dejado de ser
su cielito lindo, ha cambiado mi lunar que tenía y conservo en el ombligo por
un ojo izquierdo. Y siento ganas de desaparecer, hundida en lo más hondo voy
directa a casa donde me tumbo en mi sofá. Enciendo la televisión pero no ponen
ningún programa de interés que logre distraerme de mis pensamientos. Al verlo
de nuevo he conseguido que volvieran a renacer mis recuerdos que creía ya
perdidos y ahora me martirizan como martillos golpeándome en las sienes. Un
dolor de cabeza me invade y me siento morir. Pensaba que lo tenía superado, que
el tiempo había evaporado la sal de las heridas pero necesito recomponerme ya
que en un solo instante todo se ha derrumbado de nuevo. Inspiro, expiro,
inspiro, expiro… y respirando me doy cuenta que el aire me entra en los
pulmones y me siento como un árbol observador y estático. Observo el comedor
desordenado, una pila de ropa arrugada todavía está por planchar, la mesita
está llena de mandos, platos sucios y libros. La comida de Ghato está esparcida por el suelo y me he olvidado
de servirle su tazón de leche. Me agobia todo tanto que me da por recogerlo
para no pensar. Mientras Nacho, en algún lugar cercano de la ciudad, seguirá
con su vida y yo seguiré con la mía: monótona a más no poder, sin ningún
aliciente, vacía en definitiva. Y es este vacío el que más me pesa, el que no
cicatriza, el que me escuece en el alma. Ghato reclama mi atención ronroneado y
le doy su leche que la tiene más que merecida por aguantar mis malos días. Se
oyen truenos a lo lejos que van acercándose y de pronto la oscuridad me invade
pues se han fundido los plomos. Me quedo a oscuras sentada en mi sofá y poco a
poco se me van cerrando los ojos.
A la mañana siguiente me duele la
espalda por haberme quedado dormida en mala posición. Mi sofá ha tomado la forma de mi cuerpo marchito y me
doy cuenta que Nacho no merece ni por un minuto más de mis pensamientos. Cojo
un pincel y plasmo lo que siento entre colores y manchas que van adquiriendo
formas difusas, bienvenida inspiración que creía ya olvidada. Mis dedos ágiles se deslizan por el lienzo y me siento
vivir. Ghato se acurruca entre mis pies y noto su pelo cálido y gris
cosquilleándome los tobillos. La luz que entra por mi ventana, no es la de mi
vida pero sobreviviré en los días que vendrán, el optimismo es un buen licor
que se bebe deprisa, lo difícil es
mantenerlo en el tiempo. Pienso en alejarme de mi ciudad y empezar nuevos
proyectos que siempre he tenido en mente. En los próximos días navegaré por
Internet en busca de empleo y en busca de casas de alquiler. Cuando tenga una
oportunidad no la voy a dejar escapar como hasta ahora, la cogeré como clavo
ardiendo. Necesito emigrar para volver a
empezar, el piso me recuerda a Nacho por todos los momentos allí vividos y creo
que en él me es imposible seguir. El cuadro ya está casi terminado, sólo le
faltan los últimos retoques que dejo para después de almorzar. Lo observo con
atención y me doy cuenta que he abusado del color rojo como la sangre que
navega entre mis venas, como el taburete en el que reposaba Luz, como la
camiseta que llevaba Nacho el día que me dejó. Y me entra un ardiente deseo de romper
el cuadro. Lo hago y al terminar me siento más tranquila, he liberado mi ira y
mi frustración. Pongo a asar en una sartén un bistec de ternera con poco
aceite. Al comerlo siento que está más duro que la suela de un zapato y me acabo
comiendo sólo la sosa ensalada. En los
postres es cuando me entra el deseo de volver a beber, lo pienso detenidamente
y sé que si lo hago tendré que volver a empezar con la terapia. Nacho ni ningún
tío merecen que lo haga pero aun así bajo al supermercado para comprar una
botella de Martini. Sólo esta vez, me digo, pero sé que es una promesa que no
tardaré en romper igual que el cuadro que he acabado por bajar a la basura. En
mi sofá me dispongo a beberme el Martini lentamente y saboreando su sabor que
ya tenía olvidado. Luego, las mismas ansias que siento, me hacen acabarme la
botella rápidamente. Poco a poco mi mente se vuelve más lenta, pocos reflejos
le quedan para volver a dormirme y aniquilar la imagen de Nacho con Luz por un
tiempo.
Continuará…
Me ha gustado mucho! Estaré atenta a la continuación, pero este comienzo ha conseguido que me pique la curiosidad. 1beso!
ResponderEliminarSiento tristeza, quiero saber qué pasó con Nacho. Él parece enfadado. Me dá que quizás no toda la culpa és de él. No sé... Voy a seguir...
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