Mi primera novela online
El silencio que sin palabras me
cubre poco a poco va desapareciendo para transportarme a la realidad. Estoy
sobre la colcha fucsia con Jaime y Sandra observándome, cruzándose miradas de
preocupación. No quiero ser un estorbo para ellos, me siento una mierda, he
entrado inesperadamente en su vida conyugal y quiero irme de puntillas, sin que
me oigan, desaparecer de sus vidas porque me he convertido en el número tres,
que indica multitud y estoy desequilibrando su balanza matrimonial. Pero es
imposible huir mientras te están observando, mi mirada rehúye la de sus ojos,
la tengo perdida, ausente, pero estoy atenta a lo que pasa a mi alrededor.
Sandra me habla:
— Elisa, ¿cómo estás?
— Aquí,
bien – contesto con hilo de voz-.
Jaime, que a lo mejor también se
ha dado cuenta que los tres somos multitud, añade:
— Os
dejo a solas.
Y se va supongo que al comedor.
De nuevo me encuentro con los ojos de mi amiga, frente a mí, y ahora es cuando
tengo más confianza para decirle:
— Sandra,
te agradezco todo lo que estás haciendo por mí pero será mejor que vuelva a mi
piso.
— No,
Elisa, eso no lo digas.
— Pero
¿no te vas a ir al extranjero? Antes he oído como se lo decías a Jaime.
— Por
el momento no me voy a ir, puedes estar tranquila aunque no lo descarto.
Me mira fijamente mientras lo
dice y veo que los ojos de Sandra se han vuelto más oscuros y parece que haya
envejecido algunos años. Veo en sus palabras y en esa mirada que me transmite
ante todo sinceridad. El futuro en estos momentos es tan incierto que me da
temblor y mi respiración se agita.
— Elisa,
no tengas miedo –me calma Sandra-.
— Sandra,
he estado pensando que si dejo mi piso, con el dinero que estoy pagando de
alquiler os puedo ayudar. Tengo algo ahorrado, no es mucho, pero más vale eso
que nada. Os pagaré como inquilina de esta habitación y no hará falta que te
vayas lejos de aquí, lejos de Jaime, lejos de mí…
No sé todavía
cómo he podido pronunciar todas estas palabras, ni cómo se me han podido
ocurrir todas de golpe pero la desesperación y la necesidad han hecho que
brotaran de mis labios. Sandra me escucha sorprendida pero no me da una
negativa como respuesta.
— Ya
veremos –me dice-.
Y una fina
esperanza tiñe su iris de unos tonos más claros y sus pupilas se dilatan para
indicarme que Sandra no encuentra del todo descabellada mi idea.
— Venga,
Sandra –la animo para que me diga que sí-. En el piso ya sabes que no puedo
volver porque es como si todo él me recordara a Nacho.
— Por
mí puedes quedarte aquí el tiempo que quieras…
— Pero
yo quiero pagaros –la interrumpo-. Si no me dejas, ¡me iré!
Sandra acaba cediendo. Mi amenaza
ha surtido efecto, mañana hablaré con el casero y dejaré mi piso con todos los
recuerdos allí presentes. Los enterraré en él para que no me vuelvan, pienso firmemente,
borrón y cuenta nueva. Creo que dejar mi piso definitivamente me será
saludable, empezar de nuevo, en otro entorno pero acompañada, el peso que me
presionaba y me hacía respirar más deprisa poco a poco deja de estar aquí.
Estoy algo más tranquila, esta noche voy a dormirme enseguida, cierro los ojos,
Sandra me da un beso de buenas noches y se va también a dormir. Antes apaga la
luz, me acurruco en posición fetal en la cama y dejo que mi respiración que se
hace más lenta me transporte al reposo pausado en donde no hay cabida para las
pesadillas.
Jaime también acepta la idea que
he tenido y se ofrece para ayudarme en el traslado. No tengo muchas cosas y lo
que no quepa en mi dormitorio lo pondremos temporalmente en el trastero del aparcamiento.
El caballete, las pinturas, algunos lienzos pintados a medias que tengo que
continuar, acaban arrinconados allí pero no por mucho tiempo pues cuando me
surja la inspiración tengo permiso para usar su terraza. La terraza de Sandra y
Jaime también es muy grande y casi nunca la usan, sólo para tender la ropa que
se seca rápidamente con el sol. Les digo que por qué no poner una mesa y unas
sillas para poder cenar en verano, estaremos más fresquitos y no hará falta
encender el aire acondicionado, de esta
manera es como empezamos a cenar allí y las conversaciones nocturnas se alargan
porque se está muy a gusto. Por las mañanas Sandra y yo vamos a buscar empleo,
visitamos empresas para llevar los currículos en mano, navegamos por Internet
en busca de ofertas, en definitiva, hacemos todo lo posible y lo que se
encuentra en nuestras manos, para conseguirlo. Pero la suerte parece ser que no
está de nuestra parte.
— Me
voy a hacer freelance –dice una noche
Sandra que ya se ha cansado de no recibir llamadas a pesar de sus esfuerzos-.
Es una buena idea, no tarda en
diseñar su página web para ofrecer sus servicios de webmaster y soluciones
informáticas. Yo por mi parte, ya no sé a qué institutos, escuelas y academias
ir pues ya me los he recorrido todos. Pero al fin, un día recibo una llamada
para cubrir una baja por maternidad. Será unos pocos meses pero me permitirán
respirar y volver a mi profesión que he dejado aparcada, estoy bastante animada
y acudo a la escuela de arte. Los alumnos me saludan, tengo que continuar con
las labores de la anterior profesora, están pintando un retrato de una modelo
al natural. Observo las líneas que han empezado a marcar en los lienzos con
aprobación, llaman a la puerta, digo adelante y entra la modelo. Sus curvas, su
escote, su lunar me dejan sin palabras. La modelo, ligerita de ropa, se la va
quitando poco a poco y deja a la luz su cuerpo impactante. Más bien a quien le
impacta es a mí, los alumnos siguen con
las líneas que tenían de otros días como si nada, pero yo tengo el corazón
palpitándome a mil por hora, la modelo parpadea y deja caer sus pestañas a modo
de saludo.
— Hola,
Elisa, -dice al fin despegando los labios-. Qué bueno que nos encontremos de
nuevo.
Y el tiempo se estanca, así, al
natural. La sorpresa estalla como el corcho de una botella de champán,
sonoramente contra mis heridas y siento en mi nariz como las burbujas petan,
una a una. Me recompongo como puedo, aclaro mi voz y digo:
— Hola
Luz…
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario