viernes, 7 de diciembre de 2012

La sal de las heridas 2


Me despierto porque Ghato me está lamiendo los dedos de los pies con su lengua áspera, es la única caricia que recibo durante meses y le estoy agradecida. Siento que mi cabeza me va a estallar en un momento u otro. Tengo la boca muy pastosa y lamento el momento en que empecé a beber. Recuerdo la voz de Nacho, tan lejana, diciéndome que lo nuestro no podía ser. El por qué, que nunca me lo dijo, me anudó el corazón y así se quedó, quieto y parado durante días, semanas y meses. Ahora vuelvo a sentir esta sensación y sé en mi interior que posiblemente Luz tiene algo que ver en nuestra historia. Todo parecía ir bien y, sin ninguna discusión por medio, de pronto, me deja de un día para otro. No tuve tiempo de asimilarlo y entré en estado de shock. Los planes que teníamos de boda se hundieron junto con mi vaso de Martini blanco. Me lo dijo tan frío, tan distante, que sus palabras de hielo me bloquearon. No pude reaccionar y él se fue, hizo las maletas y desapareció de mi vida. Me sentí estúpida, engañada y un odio creció en mi interior por haberme quitado mis ilusiones. Entonces empecé a beber a marchas forzadas, antes lo hacía sólo por diversión, era una bebedora compulsiva de fin de semana donde Nacho me acompañaba la mayoría de las veces. Ahora bebía por necesidad porque sabía que el alcohol aniquilaba mis pensamientos autodestructivos sin ser consciente que, con él, la que me autodestruía era yo. Tardé en darme cuenta de ello y al final, Sandra, una de mis amigas, después de encontrarme inconsciente en mi sofá, me brindó su amistad más que verdadera. Al principio me resistí, pero después de largas charlas donde ella me hizo reflexionar, acabé por pedir ayuda. No fue tarea fácil pero acabé por salir del pozo, hondo y oscuro, donde había permanecido larga y tendidamente durante varias estaciones que iban pasando rápidamente, sin llegar a distinguirlas. Recuerdo que en primavera el grupo de  psicólogos que me trataban me derivaron a una terapia de grupo porque pensaron que ya estaba preparada. El primer día lo pasé bastante mal porque esto de hablar en público frente a personas desconocidas me ponía muy nerviosa. No tienes que hacer nada que tú no quieras, me dijeron y me sentí aliviada, más capacitada para contar mi historia que empecé con estas palabras:

“Me llamo Elisa y bebo frecuentemente desde hace siete años. Primero lo probé para experimentar algo nuevo, para divertirme y poderme evadir los fines de semana de los estudios. Pero poco a poco, el alcohol fue entrando en mi vida sin darme cuenta, llegué a ser incapaz de poder divertirme sin su compañía que esperaba con ansiedad.  De aquella época sólo recuerdo el botellón, las botellas que compraba a medias junto con mis amigas, para poder disfrutar de la noche joven que siempre pasaba de una manera veloz. La madrugada nos atrapaba y la salida del alba nos indicaba que la diversión había terminado. Entre risas nos despedíamos hasta la noche siguiente. Entre semana era una estudiante ejemplar y sacaba buenas notas, y mis esfuerzos me costaban,  pero era en el fin de semana cuando me desmadraba y hacía cosas que luego me arrepentía porque era incapaz de recordarlas. Una espesa niebla cubrías las imágenes de mis recuerdos opacos pero al principio no le di demasiada importancia, pensé que era lo normal para mi edad porque, el resto se divertía de la misma manera que yo, y de esta forma, me integraba en el grupo. Tímida por naturaleza, el alcohol me daba una confianza que nunca antes había tenido, me era más fácil relacionarme con mis amigos y también me ayudaba a ligar, por qué no.”

Me sonrojo y noto mis orejas calientes pues he pensado en Nacho porque fue en aquella época cuando lo conocí. Una noche de copas me lo presentaron en un bar. Era el amigo del  hermano mayor de una compañera de instituto. Entablamos conversación y a la mañana siguiente tenía su número de móvil guardado en mi agenda. Carraspeo, bebo un poco de agua y continúo con mi historia:

“Ligué con un chico y empezamos una relación formal. Continuaba saliendo con mis amigas pero me fui distanciando poco a poco de ellas. Mi novio también bebía como yo, para divertirse. Los dos nos lo pasamos muy bien en aquella época de estudiantes. Cuando acabamos la carrera y, después de encontrar trabajo, nos pusimos a vivir juntos. Pero al cabo de un tiempo él me dejó. Aquí fue cuando mi problema con la bebida se agravó, pues ya no bebía para divertirme sino que lo hacía para olvidarme del presente. Bebía cada día y sola, en mi piso, sin ninguna necesidad de relacionarme con nadie”.

Se me quiebra la voz y mis compañeros de terapia me aplauden y me dicen que ha sido un buen inicio. Me siento en la silla y la terapia da paso a otros casos que escucho con atención.

Ghato maúlla pidiéndome el desayuno y yo, que estoy absorta en mis recuerdos, no le hago caso. Además no puedo moverme de mi sofá porque me duele todo el cuerpo. Mi sofá se ha convertido en mi espacio vital desde que volví a ver a Nacho. El pesimismo es como un vino negro oscuro y denso, una vez lo pruebas te cuesta apurar hasta la última gota.  Recuerdo las caras de mis compañeros de grupo: Jesús, María, Toni, Luís, Rebeca. Tan distintos entre sí pero con una misma historia que compartir: la adicción por una droga muy común. La que más me impacto fue la vida de Toni. Su mujer falleció en un accidente de coche y él era el que conducía. Un conductor borracho los arrolló sin más y Toni bebía en el presente porque se sentía culpable de no haber podido esquivar al otro coche. Decía que alcohol le aminoraba la culpabilidad que sentía pues él, justo antes de tener el accidente, estaba pensando en cómo separarse de su mujer, pues habían tenido una discusión, que ahora decía que no tenía importancia.

De pronto y, mientras pienso en Toni, me entra el deseo de beber cerveza para quitarme la resaca que llevo, bajo un momento a los chinos de la esquina y compro cuatro latas. Éstas me las bebo pausadamente, están fresquitas y entran muy bien. Ghato finalmente se queda sin desayunar y me observa con sus ojos grandes y verdes oscuros, sabe que mis malos días han vuelto a empezar. Suena mi móvil y veo en la pantalla que es Sandra y no sé si cogerlo pues ella es adivina en esto de las recaídas. Si contesto, creo que me lo notará en la voz, sino lo hago, puede que se preocupe y acabe viniendo. Al final decido dejar que el móvil suene hasta que se canse. Cruzo los dedos para que Sandra no vuelva a entrar en mi vida, no quiero ver a nadie, sólo quiero disfrutar de las dos latas que me quedan con tranquilidad, sin sermones por parte de mi amiga. Ahora no, no puedo, no los necesito. Nacho está con Luz, y yo estoy palpando la oscuridad de nuevo.

Continuará
 
 

 

1 comentario:

  1. Qué asco de vicio! mira lo que hace, te aisla... no puedo con el alcohol. Mal muy mal por no contestar esa llamada de Sandra. :) Sigo!

    ResponderEliminar