Me despierto porque Ghato me está
lamiendo los dedos de los pies con su lengua áspera, es la única caricia que
recibo durante meses y le estoy agradecida. Siento que mi cabeza me va a
estallar en un momento u otro. Tengo la boca muy pastosa y lamento el momento
en que empecé a beber. Recuerdo la voz de Nacho, tan lejana, diciéndome que lo
nuestro no podía ser. El por qué, que nunca me lo dijo, me anudó el corazón y
así se quedó, quieto y parado durante días, semanas y meses. Ahora vuelvo a
sentir esta sensación y sé en mi interior que posiblemente Luz tiene algo que
ver en nuestra historia. Todo parecía ir bien y, sin ninguna discusión por
medio, de pronto, me deja de un día para otro. No tuve tiempo de asimilarlo y
entré en estado de shock. Los planes que teníamos de boda se hundieron junto
con mi vaso de Martini blanco. Me lo dijo tan frío, tan distante, que sus
palabras de hielo me bloquearon. No pude reaccionar y él se fue, hizo las
maletas y desapareció de mi vida. Me sentí estúpida, engañada y un odio creció
en mi interior por haberme quitado mis ilusiones. Entonces empecé a beber a
marchas forzadas, antes lo hacía sólo por diversión, era una bebedora
compulsiva de fin de semana donde Nacho me acompañaba la mayoría de las veces. Ahora
bebía por necesidad porque sabía que el alcohol aniquilaba mis pensamientos
autodestructivos sin ser consciente que, con él, la que me autodestruía era yo.
Tardé en darme cuenta de ello y al final, Sandra, una de mis amigas, después de
encontrarme inconsciente en mi sofá, me brindó su amistad más que verdadera. Al
principio me resistí, pero después de largas charlas donde ella me hizo
reflexionar, acabé por pedir ayuda. No fue tarea fácil pero acabé por salir del
pozo, hondo y oscuro, donde había permanecido larga y tendidamente durante
varias estaciones que iban pasando rápidamente, sin llegar a distinguirlas.
Recuerdo que en primavera el grupo de
psicólogos que me trataban me derivaron a una terapia de grupo porque
pensaron que ya estaba preparada. El primer día lo pasé bastante mal porque
esto de hablar en público frente a personas desconocidas me ponía muy nerviosa.
No tienes que hacer nada que tú no quieras, me dijeron y me sentí aliviada, más
capacitada para contar mi historia que empecé con estas palabras:
“Me llamo Elisa y bebo
frecuentemente desde hace siete años. Primero lo probé para experimentar algo
nuevo, para divertirme y poderme evadir los fines de semana de los estudios. Pero
poco a poco, el alcohol fue entrando en mi vida sin darme cuenta, llegué a ser
incapaz de poder divertirme sin su compañía que esperaba con ansiedad. De aquella época sólo recuerdo el botellón,
las botellas que compraba a medias junto con mis amigas, para poder disfrutar
de la noche joven que siempre pasaba de una manera veloz. La madrugada nos
atrapaba y la salida del alba nos indicaba que la diversión había terminado.
Entre risas nos despedíamos hasta la noche siguiente. Entre semana era una
estudiante ejemplar y sacaba buenas notas, y mis esfuerzos me costaban, pero era en el fin de semana cuando me
desmadraba y hacía cosas que luego me arrepentía porque era incapaz de
recordarlas. Una espesa niebla cubrías las imágenes de mis recuerdos opacos
pero al principio no le di demasiada importancia, pensé que era lo normal para
mi edad porque, el resto se divertía de la misma manera que yo, y de esta forma,
me integraba en el grupo. Tímida por naturaleza, el alcohol me daba una
confianza que nunca antes había tenido, me era más fácil relacionarme con mis
amigos y también me ayudaba a ligar, por qué no.”
Me sonrojo y noto mis orejas
calientes pues he pensado en Nacho porque fue en aquella época cuando lo
conocí. Una noche de copas me lo presentaron en un bar. Era el amigo del hermano mayor de una compañera de instituto.
Entablamos conversación y a la mañana siguiente tenía su número de móvil
guardado en mi agenda. Carraspeo, bebo un poco de agua y continúo con mi
historia:
“Ligué con un chico y empezamos
una relación formal. Continuaba saliendo con mis amigas pero me fui
distanciando poco a poco de ellas. Mi novio también bebía como yo, para
divertirse. Los dos nos lo pasamos muy bien en aquella época de estudiantes.
Cuando acabamos la carrera y, después de encontrar trabajo, nos pusimos a vivir
juntos. Pero al cabo de un tiempo él me dejó. Aquí fue cuando mi problema con
la bebida se agravó, pues ya no bebía para divertirme sino que lo hacía para
olvidarme del presente. Bebía cada día y sola, en mi piso, sin ninguna
necesidad de relacionarme con nadie”.
Se me quiebra la voz y mis
compañeros de terapia me aplauden y me dicen que ha sido un buen inicio. Me
siento en la silla y la terapia da paso a otros casos que escucho con atención.
Ghato maúlla pidiéndome el
desayuno y yo, que estoy absorta en mis recuerdos, no le hago caso. Además no
puedo moverme de mi sofá porque me duele todo el cuerpo. Mi sofá se ha convertido
en mi espacio vital desde que volví a ver a Nacho. El pesimismo es como un vino
negro oscuro y denso, una vez lo pruebas te cuesta apurar hasta la última
gota. Recuerdo las caras de mis
compañeros de grupo: Jesús, María, Toni, Luís, Rebeca. Tan distintos entre sí
pero con una misma historia que compartir: la adicción por una droga muy común.
La que más me impacto fue la vida de Toni. Su mujer falleció en un accidente de
coche y él era el que conducía. Un conductor borracho los arrolló sin más y
Toni bebía en el presente porque se sentía culpable de no haber podido esquivar
al otro coche. Decía que alcohol le aminoraba la culpabilidad que sentía pues
él, justo antes de tener el accidente, estaba pensando en cómo separarse de su
mujer, pues habían tenido una discusión, que ahora decía que no tenía
importancia.
De pronto y, mientras pienso en
Toni, me entra el deseo de beber cerveza para quitarme la resaca que llevo,
bajo un momento a los chinos de la esquina y compro cuatro latas. Éstas me las
bebo pausadamente, están fresquitas y entran muy bien. Ghato finalmente se
queda sin desayunar y me observa con sus ojos grandes y verdes oscuros, sabe
que mis malos días han vuelto a empezar. Suena mi móvil y veo en la pantalla
que es Sandra y no sé si cogerlo pues ella es adivina en esto de las recaídas.
Si contesto, creo que me lo notará en la voz, sino lo hago, puede que se
preocupe y acabe viniendo. Al final decido dejar que el móvil suene hasta que
se canse. Cruzo los dedos para que Sandra no vuelva a entrar en mi vida, no
quiero ver a nadie, sólo quiero disfrutar de las dos latas que me quedan con
tranquilidad, sin sermones por parte de mi amiga. Ahora no, no puedo, no los
necesito. Nacho está con Luz, y yo estoy palpando la oscuridad de nuevo.
Continuará
Qué asco de vicio! mira lo que hace, te aisla... no puedo con el alcohol. Mal muy mal por no contestar esa llamada de Sandra. :) Sigo!
ResponderEliminar